Lo que sí se cuida de no explicar el ministro Mantilla es por qué los guardias callejeros estaban ese día armados de escopetas con perdigones, armamento que, por su peligrosidad, había sido prohibido por su antecesor en el cargo. Tampoco dice quién revocó esa orden, ni aclara si él, hombre en extremo meticuloso, sabía cuáles eran las disposiciones que regían para los custodios de la Plaza de Armas y si esas disposiciones tenían o no su visto bueno.
Máximo A Mantilla renuncia "irrevocablemente" lavándose con sumo cuidado las manos para estar listo a revocar su carta y agradecer la reiterada confianza del presidente Alan García, su amigo, y el apoyo interesado de Luis Alberto Sánchez, de los otros candidatos apristas, de sus subordinados del ministerio y de los jefes de la policía, quienes al acompañar al ministro en su renuncia no hacen otra cosa que inmiscuirse en decisiones políticas y probar hasta qué punto ha sido politizada esa institución por el Apra.
Pero ¿importa mucho que las renuncias irrevocables de los ministros apristas sean revocables? ¿Vale la pena que perdamos el tiempo en criticar conductas tan incorrectas? No. Así son los apristas. Así han sipo siempre; desde sus épocas aurorales -que ellos dicen-; desde las renuncias en blanco entregadas por los parlamentarios de Apra al supremo líder, Haya de la Torre, ante las multitudes congregadas en la Plaza Manco Capac; desde los silencios impuestos por la disciplina partidaria -bloqueos mentales más que parálisis de la palabra- cuando, en distintas épocas, quedaron regadas con sangre la Plaza San Martín, el Hipódromo, la avenida Perú; desde las dictaduras parlamentarias impuestas por Haya de la Torre al gobierno del doctor José Luis Bustamante y Rivero, en los años cuarenta, y al presidente Belaúnde en los años sesenta. Así fue siempre el Apra, disciplinada, obediente, hasta para incumplir la palabra empeñada.
Lo que alarma es que la oposición, principalmente la oposición democrática, siga sin advertir la importancia que tiene la presencia, en pleno proceso electoral, del otro yo del presidente García en el ministerio del Interior, en el ministerio del orden público, el más estrechamente vinculado a las elecciones. Se denuncia al presidente, con razón, por intervenir en el proceso como si fuera un candidato más, dedicado a tratar de contener a Vargas Llosa; y, a la vez, con candorosidad sin nombre, con ingenuidad de capirote, se cae en la debilidad de dejarse convencer por la inteligencia del señor Mantilla y admitir que él es el mejor combatiente contra el terrorismo, el más capacitado para ese fin, el irreemplazable en el comando antisubversivo. De allí que, ahora, la oposición democrática no haya atinado a reaccionar adecuadamente, con energía y los ojos abiertos, cuando un grave error de su policía lo obliga a Mantilla a presentar de inmediato una renuncia irrevocable que calme los ánimos caldeados por los perdigonazos y le permita al presidente maniobrar para que su ministro, el hombre de su suprema confianza, siga al frente de la cartera desde donde se va articulando la estrategia electoral aprista.
Hay que ser ciegos para no ver lo que se ve por todos lados: la voluntad presidencial de enturbiar a como dé lugar el proceso electoral. Este es, hoy en día, el objetivo central del Apra -ensuciar la victoria indetenible de Vargas Llosa- y de tal objetivo es importantísima pieza el señor Máximo A. Mantilla. Porque él no es un secretario más sino el secretario, el confidente, el partícipe de los íntimos secretos presidenciales. Apuntar, pues, con motivo de la renuncia irrevocable del ministro del Interior, al ministro de Economía o al de Relaciones es disparar al aire, es colaborar a la confusión, es actuar, por ceguera, en beneficio del objetivo aprista. Nada se va a arreglar o desarreglar porque sea o no Vásquez Bazán el ministro de Economía o Larco Cox salga o se quede en Relaciones. El presidente Alan García seguirá siendo el orientador, conductor y ejecutante en esos ministerios, sean quienes sean los ministros. A un régimen como el de Alan García, a la hora de la despedida, no hay cómo obligarlo a que cambie su política económica o a que varíe su orientación internacional. Todo seguirá igual con un ministro aprista o un independiente, con un sabio o un ignorante. Distinto es que la oposición lograra, en este momento, que el ministerio del Interior, el de la cocina electoral, pasara a manos de un hombre de consenso y el presidente García se quedara sin el hábil y ya experimentado cocinero del chifa que él y su cocinero principal vienen elaborando para las próximas elecciones. Se abrirían esperanzas de que el proceso electoral no se seguirá enturbiando. Pero si no hay presión, y a fondo, Mantilla seguirá de ministro. ¿Apostamos?
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