La verdad nunca se apaga

La columna vertebral de todo medio de comunicación la constituyen sus editoriales, es decir los principios y opiniones que sustentan y defienden sus editores. En el caso de “Oiga”, la sección editorial tuvo siempre una expresión clara y rotunda, no solo enjuiciando sino dando alternativas. La búsqueda de los ¿por qué? Siempre preocuparon a Igartua y sus colaboradores, sin dejar de lado –por supuesto- el ¿qué?, ¿quién?, ¿cómo?, ¿dónde? y ¿cuándo? que configuran al buen periodismo. Las palabras, como las promesas, suelen ser efímeras en boca de algunas personas; los editoriales de Oiga, en cambio, permanecen aún incólumes, vigentes, con la plenitud de su carga testimonial para incomodidad de muchos protagonistas de la escena política, porque si bien Igartua ya ha muerto su palabra aún vive.

lunes, 10 de agosto de 2009

FRANCISCO IGARTUA - EDITORIAL - ¿A DÓNDE VAMOS? - Revista Oiga

COMENZAREMOS por puntualizar, contra lo que muchos piensan, que el presidente Alan García hizo bien en viajar a Montevideo. No porque una reunión de club -sea de periodistas o rotarios- amerite un viaje presidencial, sino porque, una vez decidida y anunciada tan insustancial visita, hubiera tenido resonancia muy adversa para el Perú la inasistencia de nuestro presidente a una asamblea que reunía a la flor y nata del periodismo mundial; más aún cuando el motivo de la ausencia era inocultable: una huelga de la policía, acompañada de disparos en las calles de Lima.

Hizo bien, pues, el presidente García en no suspender su viaje a Montevideo. Resguardaba así la imagen del Perú, ya seriamente dañada con tan pocas edificantes noticias. Pero hizo muy mal en presentarse ante la resonante asamblea echándole la culpa de su tardanza a la brutalidad de los militares peruanos. Porque no otra cosa significa su alegato de que él personalmente tuvo que dejar todo arreglado para que no volviera a ocurrir otro baño de sangre en Lima, al estilo del aplastamiento policial de 1975 o de la reciente masacre de los penales. Deseaba el presidente García dar a entender que si él personalmente no disponía de los detalles, cualquier salvajada podía ocurrir. Sobre todo quería exculparse ante la opinión pública internacional de las matanzas de El Frontón y Lurigancho. Y es posible que lo haya logrado, que haya enterrado a su más molesto fantasma, ya que el periodismo europeo y norteamericano es proclive -sin que le falten argumentos- a ser benévolo con las autoridades civiles y no con las militares. Más aún: debió tener resonancias patéticas la soplada de pluma, ya que las excusas se pronunciaban en el Río de la Plata.

Cumplido su objetivo principal -limpiarse las manchas de sangre ante los ojos de la prensa norteamericana y europea-, pasó luego a rendir homenaje a la libertad de prensa y a explicar los alcances de la guerrilla en el Perú. No tenemos conciencia, dijo, de la gravedad ni de la naturaleza de esta guerrilla. No tenemos conciencia, insistió el presidente García, de la necesidad de unir esfuerzos para combatir la subversión.

Pero aquí viene la gran pregunta del día: ¿qué hace el Apra para crear esa conciencia nacional?

Y la respuesta es decepcionante. No se puede crear conciencia sobre la gravedad del problema subversivo cuando el gobierno del presidente García habla de pluralismo y democracia, de irrestricto respeto a la libertad de prensa, de socialismo con libertad -al estilo europeo-, cuando dialoga cortésmente con el periodismo liberal en Montevideo; y a la vuelta de la esquina se reúne con los cabecillas del terrorismo mundial, ante quienes habla de la lucha por la liberación, de los gobiernos populares y antiimperialistas, de socialismo -sin añadidos de libertad-, de hermandad con gobiernos que no respetan el voto de sus ciudadanos y en los que es hábito torturar y encarcelar a los disidentes.

No puede haber conciencia de nada cuando es la demagogia la que convoca al acuerdo nacional; cuando las palabras se usan para engañar y no para convencer; cuando se dice una cosa y se hace otra, muchas veces al revés.

No es viable conciencia nacional alguna cuando -más que nunca- el capricho del poder y no el respeto a la ley es lo que impera; cuando las instituciones no son fortificadas sino que van siendo doblegadas por el Ejecutivo; cuando la honra de las personas está a merced de la prensa oficial, de la semioficial y de la domesticada por el gobierno.

Cierto es que hay posibilidad de hacer conciencia nacional sobre la gravedad de la hora, pero el debate económico de la semana pasada en el Senado, por ejemplo, sólo fue golondrina que no hace verano, fue excepción a la constante prepotencia aprista. En esas breves horas quedó probado -salvo algunas impertinencias de mal gusto- que el diálogo crítico es posible y que seria fecundo. Desgraciadamente los titulares de los diarios oficiales, al día siguiente, nos volvieron a recordar la intemperancia aprista, su desprecio al intercambio de pareceres, su agresivo complejo de Adán.

Pero, sobre todo, ¿de qué conciencia nacional podemos hablar si no sabemos adónde vamos, adónde nos lleva el Apra o el doctor Alan García, ya que tampoco está claro que el Apra y el presidente García piensen en un mismo "futuro diferente".

En este gobierno, amante del espectáculo y, al parecer, amigo de la ambigüedad, las palabras y los hechos no van por el mismo carril y se nos hace imposible descubrir el destino que el Apra o Alan García le tiene reservado al Perú. El discurso de Montevideo, ante el periodismo liberal, promete un futuro pluralista, respetuoso de la crítica, con alternancia en el poder y prensa libre. Mientras que la diplomacia que Alan García viene diseñando, medio en secreta, con Alfonso Barrantes –como canciller en la sombra-, sería el polo opuesto a las palabras soltadas al viento en Uruguay. ¿No saben, por ejemplo, los doctores García y Barrantes -doctores más en política que en leyes- que el reconocimiento, con intercambio de embajadores, de la fantasmal República Saharaui significa apoyar una salida soviética al Atlántico, colocar una base rusa en un punto estratégico de la OTAN, justo en la línea que divide el sur y el norte del Atlántico? ¿No saben que ese paso significa alinearse con Argelia y Libia, santuarios del terrorismo internacional, y con los países africanos títeres de la Unión Soviética? ¿No saben los doctores García y Barrantes que al abrir relaciones plenas con esa República sin territorio le están pisando los callos a Europa y los Estados Unidos? ¿Podrían explicar por qué el Perú se ha de dar esos trotes?

Y otra pregunta para terminar: ¿qué intereses son los que unen el doctor Barrantes con el presidente Alan García?

Para responder habría que tener en cuenta que el doctor García sabe muy bien que cuando el comunismo accede al poder jamás lo suelta y que Barrantes no desconoce que nadie hace los esfuerzos que está haciendo Alan García para ser elegido presidente de los No Alineados y dejar casi de inmediato que su sucesor sea quien saboree el triunfo.

No hace falta Casandra para sospechar la respuesta.

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