Y a estos "demócratas", amigos de las pistolas y no de la libre crítica ni de las libertades individuales y colectivas, el Apra las convoca nada menos que para ¡condenar el terrorismo! El gobierno aprista reúne a los petardistas de América Latina para que anatematicen la violencia de Sendero contra el Apra, pero no otras violencias como las antiimperialistas, vaga denominación que sirve para denigrar por igual a los yanquis y a todo aquel que prefiera el diálogo a la confrontación.
¿Por qué, pues, Sendero ataca al Apra si están los dos en el mismo camino?". ¡He aquí la gran duda hamletiana del aprismo en el poder!
Se habla de respaldo papal a la tesis aprista de la deuda externa, pero se oculta que el Papa reclama entendimiento ético entre las partes y no agresión de una contra la otra, ya que la culpa estaría en los dos lados. Se exalta la palabra ética -sin querer entender su significado- y, a la vez, se opta por no recordar que los mismos que hoy se alzan contra los préstamos -"imperialistas y dominadores"- fueron los que ayer apostrofaban a las inversiones extranjeras -"que vienen a succionar nuestras riquezas" y reclamaban dinero -préstamos- "para ser nosotros los inversionistas, los dueños de nuestro destino".
Si en política nunca valieron mucho lass palabras, con el Apra no valen nada. Hoy pueden significar cualquier cosa y mañana lo contrario.
Se insiste en hablar de descentralización justo cuando se extrema el centralismo en a las decisiones del Estado y se centraliza más que nunca la atención en los ciudadanos de Lima.
Se habla, por ejemplo, de expropiación del Club de Golf de San Isidro y no se sabe si se piensa en el pago del justiprecio que señala el ordenamiento constitucional de la República o en una permuta de terrenos, que podría significar una expoliación. En el primer caso un disparate gigantesco, un despilfarro imperdonable con los dineros del Estado, ya que esos terrenos son los más caros de Lima. Y, en el segundo, un abuso si el canje no es equitativo; además de una insensatez, porque el despojo no haría sino generar desconfianza en los inversionistas, justo cuando se reclama que éste sea el año de las inversiones.
Y ya que hemos caído en el tema del verde, sigamos con él.
Cuando se comenta el despropósito de trasladar la Biblioteca Nacional del centro de la ciudad, del lugar donde fue fundada por el Libertador don José de San Martín, a un parque muy elegante pero muy apartado de las rutas de comunicación masiva, no falta quienes observan con malvada sonrisa al doctor Luis Alberto Sánchez calificando de bellacos e ignorantes a sus compañeros, porque no llegan a distinguir entre bibliotecas públicas, dedicadas a los lectores, y una biblioteca nacional, destinada a conservar el patrimonio bibliográfico de la nación. Las públicas, descentralizadas y abundantes si es posible; y, la nacional, al servicio de los investigadores, en su lugar histórico. A lo más, si fuere necesaria una ampliación de la Biblioteca que restauró Jorge Basadre, hacer uso de algún terreno cercano disponible o, como lo propone OIGA en las páginas interiores de esta edición, expropiando el Convento de San Francisco y sus aledaños cercanos al río Rímac; aledaños donde podría levantarse la construcción moderna que la técnica bibliográfica exigiera. De este modo, preservando la iglesia para el culto y algunos ambientes para la actividad parroquial, revaloraríamos uno de los tesoros arquitectónicos de Lima y se podrían transformar las pestilentes y abandonadas riberas del Rímac en un hermoso parque, fuente de salud y alegría, y no en la explanada de cemento que propone el alcalde Del Castillo para seguir concentrando en Lima a los habitantes del Perú. En lugar de destruir el más hermoso de los pulmones verdes que le quedan a la ciudad, construyamos otro que servirá para limpiar la atmósfera de los barrios que rodean el Palacio de Pizarro. Los árboles no sólo sirven para dar fruto. En las ciudades su mejor producto es el oxígeno, que es vital para la salud de la población. Además, la ornamentación, el decorado, alegra la vida.
En la expropiación del Golf de San Isidro, el verde es, sin embargo, el aspecto olvidado por muchos de los que se alegran con la lección sobre bibliotecas del doctor Luis Alberto Sánchez y por otros que no captan que lo esencial para la comunidad es la preservación ahora y siempre de esa bellísima área verde; sea al cuidado, como hoy, del Club de Golf -sin gasto alguno para el Estado- y mañana bajo cualquiera de las formas legales que le depare el futuro. Tratar de destruir ese grass y ese bosque es un delito contra la salud de la ciudad y cualquier edificación masiva -sea el Lincoln Center cultural de Armando Villanueva o cualquier otra biblioteca pública terminará inevitablemente por convertir la parte libre del parque en un basural y en una ruina las residencias que lo rodean. Esa es la verdad, no sólo nuestra sino de gran parte del mundo moderno. De allí que se alcen rejas y rejas alrededor de muchos parques famosos de Europa y América.
El ánimo de destruir lo verde, con más ahínco cuando es elegante y bello, la tendencia a aborrecer el árbol ornamental, sólo puede estar inspirado en algún escondido resentimiento, en complejos de envidia e inferioridad que no se explican por orígenes de pobreza o insatisfacciones juveniles. Somos muchísimos los que nada o muy poco hemos tenido en la niñez y no nos hemos dejado ganar por la envidia ni el rencor a los que tienen o tuvieron rango y riqueza. Ningún nuevo Perú surgirá del odio y el resentimiento. Tampoco de la confusión de las palabras ni de la adulteración de sus contenidos.
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